Hacer surf con la vida

  ¿ Qué es fluir ? , Fluir con la vida quiere decir aceptación; dejar llegar lo que viene y dejar ir lo que se va .

Debemos aprender a fluir con la vida dejando que todo suceda. Disfrutando de las pequeñas cosas y permitiéndonos disfrutar del momento presente aceptando todos los cambios sin resistencias , angustias , ni tensiones y sin luchas .

Sólo si aprendemos a fluir, seremos capaces de encontrar las oportunidades allí donde se producen los cambios.

Me ha parecido muy interesante este cuento de Albino Amato , donde nos relata con una bonita metáfora el sentido de » surfear » a la propia vida .
Qué lo disfruteís .

Un día, de paso en un país no tan lejano, iba sobre una carretera que bordeaba una playa casi infinita .

En realidad, todo el país parecía estar hecho de una carretera y una playa. Todos los habitantes del país pasaban el día en la playa.

Al acercarme, observé algo curioso. Nadie se quedaba en la arena. Todos estaban en el agua, que les llegaba a la altura de la cintura. Pero no nadaban; se mantenían de pie, derechos y tiesos como estacas.

Encontré este comportamiento muy curioso.

Me acerqué y le pregunté a una de esas personas qué hacía allí.

Espero la próxima ola me dijo ella.

Ah! ¿Y por qué?, pregunté yo.

!Es para resistir lo mejor posible!

¿Pero porqué?

!Porque es así como se ha de hacer!

La próxima ola llegó. El hombre que me había respondido tensó sus músculos para enfrentarla. La ola le salpicó y casi lo tiró, pero se mantuvo firme. Permaneció de pie a costa de grandes esfuerzos. ¿Ves? ¡Resistí! me dijo, agotado pero feliz por su victoria.

Inmediatamente, retomó su posición y se preparó a enfrentar la siguiente ola. Esta era más grande que la anterior. El hombre perdió el equilibrio y tragó una gran cantidad de agua salada. Casi se ahoga, pero por suerte consiguió volver a ponerse de pie justo a tiempo para la siguiente ola. Así se pasaba el día.

Ola después tras ola el hombre se ponía cada vez más crispado, más duro, más cerrado. Al cabo de un momento, ni siquiera percibía mi presencia ni escuchaba mis preguntas. Dedicaba toda su energía en prepararse para enfrentar la ola siguiente.

Y este hombre no era el único con este comportamiento extraño: eran centenares, miles, millones que se habían puesto como objetivo resistir a las olas a toda costa.

Las olas no parecían preocuparse de la actitud de los hombres. Se iban sucediendo incansablemente. Pequeñas, medias o grandes en función del tiempo y del viento pero sin preocuparse en absoluto del comportamiento extraño de las personas que habían decidido enfrentarlas.

Estuve un buen rato intrigado por esta práctica. ¿Cuál es el interés en ponerse rígido contra las olas? ¿Poner de manifiesto que uno es más fuerte que ellas? ¿Poner de manifiesto que uno es sólido? ¿Demostrar su voluntad? ¿Demostrar su capacidad de resistencia?

No comprendía el sentido de este hábito. Sólo veía gente que pasaba su tiempo agotándose.

A mi, el extranjero, me resultaba obvio que solo podían agotarse hasta la muerte. Las olas siempre habían existido y existirían mucho tiempo después de la desaparición de sus opositores. Entonces, ¿cuál era el sentido de pegarse contra ellas?

Además, cuando los hombres tenían la impresión de estar dominando la ola, siempre se trataba de una ola pequeña. Luego, la siguiente podía ser mucho más grande. En todo caso, su juego no parecía de ningún modo divertido. Nadie sonreía en esta playa: todo el mundo apretaba los dientes y esperaba el próximo choque que no tardaría en producirse.

Sacudí la cabeza y me sentí un poco triste por esta gente que derrochaba su vida en una lucha inútil y perdida por adelantado. Si todos son así en este país, tal vez será mejor que vaya un poco más lejos…

Aquí nadie tiene el tiempo ni la energía necesaria para hablar de otra cosa que de la lucha que se ha convertido en algo normal para ellos.

Iba a retomar mi ruta cuando vi, más lejos en el mar, gente visiblemente distinta. No se enfrentaban a las olas. Iban a su encuentro. Disponían de una tabla pequeña, nadaban en dirección de la ola, subían ligeramente sobre la tabla y se dejaban llevar por la ola. Al contrario de los otros, no se veía ninguna rigidez en ellos sino una gran flexibilidad.

Ninguna actitud de lucha sino una forma de simbiosis. No fijaban su atención en la ola, sino que desprendían una presencia abierta en cada momento. Y la diferencia más importante era que parecían tomar un placer intenso allí donde otros solo encontraban agotamiento!

Uno ellos se dio cuenta de que los observaba y se dejó llevar hasta mi. Usted parece interesado por lo que hacemos con las olas. Me explicó que surfeaba la vida.

Para eso sólo se requería una tabla no demasiado grande, no tener miedo de las olas, conocer un poco de técnica, estar abierto a todo cambio, ser flexible y saber adaptarse a la intensidad de cada momento tomando decisiones que implicaban su plena responsabilidad.

Es muy diferente de la actitud de las personas cerca de la playa. le dije.

¡Totalmente! Ellos se pegan contra la ola y nosotros la acompañamos; ellos se hacen azotar por las olas y nosotros nos dejamos elevar… Y observa bien: ¡son exactamente las mismas olas!

Me sorprendió que tan poca gente disfrutaba con las olas, que tanta gente prefería ponerse rígida en vez de seguir la corriente; transformarse en estatuas de hierro en lugar de seres vivos.

¿Y lleva un nombre, esta práctica? le pregunté, muy interesado.

Con las olas de verdad, eso se llama surf… En la vida real, eso se llama Inteligencia .

Albino Amato