Cuéntame un cuento, por favor
El alma sabia de los niños reclama, una y otra vez, ese alimento de imágenes profundas, cuando repite cada noche: ¡cuentame un cuento, por favor!
Lejos quedan esos tiempos en los que, a la luz de la lumbre, las abuelas contaban cuentos a sus nietos.
Lejos, incluso, esos días en que las madres y los padres contaban cuentos de hadas a sus hijos al ir a dormir Hoy en día, tanto el padre como la madre trabajan fuera de casa.
Al llegar la hora de acostar a los niños hay prisas, pues al día siguiente hay que ir a trabajar; tal vez todavía queda por preparar la comida del día siguiente, recoger la cocina o tender alguna lavadora.
Algunas madres o padres incluso deberán trabajar en casa en asuntos laborales; otros estarán tan cansados que sólo querrán tenderse en el sofá para ver un poco la televisión.
Así son los tiempos que nos ha tocado vivir y así hay que acogerlos.
Sin embargo, conviene pararse un momento y reflexionar sobre el sentido de lo que hemos perdido –los niños han perdido- para poder encontrar un modo de recuperar, al menos, una parte de ello.
Los cuentos se remontan a un pasado tan lejano que nadie puede recordar, pero a través de ellos nos ha llegado el rumor de una magia que ha alimentado el alma infantil a través de generaciones.
Y aunque es cierto que, durante algún tiempo, este mundo mágico y soñador ha sido desprestigiado, no es menos cierto que el alma sabia de los niños reclama, una y otra vez, ese alimento de imágenes profundas, cuando repite cada noche: ¡cuentame un cuento, por favor!
La poesía no se puede explicar, pues se agota su encanto.
Las imágenes vivas de los cuentos tampoco se pueden explicar a los niños. Ellos las escuchan encantados y esas imágenes arquetípicas les acompañarán siempre.
Un niño sano nunca perderá el interés por los cuentos, y al pedir que se le cuenten estará reclamando aquello que más necesita en su infancia. Después, al ir creciendo, escuchará y leerá igual de interesado otras narraciones más acordes a su edad: leyendas, fábulas, mitologías, biografías…
Con los cuentos, habremos puesto un sólido cimiento en la educación de nuestros hijos y alumnos, permitiendo que reciban un alimento anímico que necesitan.
Démosles la confianza de reconocer en los cuentos que el bien, al final, siempre triunfa sobre el mal, aunque a veces parezca lo contrario; que el valiente y honesto es el que conquista a la princesa; que la fuerza bruta –la de los monstruos- nada tiene que hacer frente a la inteligencia y la astucia; que el esfuerzo –el de pasar las pruebas- siempre obtiene su recompensa.
Los niños pequeños viven junto al alma de las cosas y por ello aprenden a través de imágenes verdaderas. Por ello, los cuentos son adecuados al poder de comprensión de los niños, están llenos de una verdad honda y eterna, pero expresada en forma de imágenes.
Por todo esto, y a pesar de lo ocupados que estamos los padres y educadores de hoy, intentemos hacer un hueco para contar cuentos a los niños.
Se trata de no renunciar al derecho de los niños a recibir el alimento de los cuentos, teniendo también en consideración el poco tiempo del que, a veces, disponemos.
Por último, quisiera decir que contar cuentos es también una forma maravillosa de hacer familia. Pocas cosas vinculan tanto como ese momento íntimo en que, ya metido en la cama, el niño escucha de papá o de mamá la palabra mágica “érase una vez…”.
Pocos recuerdos reconfortan tanto como es en el que nos vemos pequeñitos, oyendo la voz de nuestros padres contándonos un cuento.
Prólogo del libro “Cuentame un cuento, por favor”, editado por la Consejería de Familia y Asuntos sociales de la Comunidad de Madrid
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