“Se cuenta que un buen día, un padre de familia rica y muy acomodada, llevó a su hijo de viaje por una zona rural con el fime propósito de que el joven valorara lo afortunado que era de poder gozar de tal posición y se sintiera orgulloso de él.

tiempo

Estuvieron fuera todo el fin de semana y se alojaron en una granja donde vivía gente campesina muy humilde. Al finalizar el viaje y ya de regreso a casa, el padre le preguntó al hijo:

   * ¿Qué te ha parecido el viaje que hemos hecho?

   * ¡Muy bonito papá!

  tiempo1 * ¿Te diste cuenta de lo pobre que puede llegar a ser la gente?

   * ¡Sí, papá!

   * ¿Y qué aprendiste, pues?

   * Muchas cosas, papá: vi que nosotros tenemos un perro y que ellos tienen cuatro. Nosotros una piscina pequeña en el jardín y ellos un arroyo sin fin.

Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio y ellos tienen las estrellas. Nuestro patio está cerrado con vallas y ellos tienen todo el horizonte.

Ellos tienen tiempo para hablar y convivir cada día en familia mientras que tú y mi mamá tenéis que trabajar tanto que casi nunca os veo.

Al terminar el hijo el relato de lo que había aprendido, el padre se quedó mudo. Su hijo añadió:

   * ¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podemos llegar a ser!”

[extraído del libro «Aplícate el cuento», Jaume Soler y M. Mercè Conangla]